De nicotina y ausencias

He perdido la cuenta de las veces que he tratado de alcanzarte en mis sueños. Una espesa bruma se atraviesa entre nosotros y de repente, me encuentro bajo mis cobijas, bañada de un sudor helado que aún no puedo entender. La calefacción de la casa me juega malas pasadas, lo sé, me lo dijiste una vez, así como me dijiste que la alarma contra incendios pitaba porque la batería necesitaba ser cambiada. Me tomó un año entero entenderlo, me tomó un año entero cambiarla y sin querer ese día te recordé.

No es que te haya olvidado, no del todo. Siempre estás por ahí susurrando tonterías en mi oído y espantándome con los pinchazos de tus dedos en mi cintura. No me culpes, no puedo olvidar esa sensación, reconocería tus manos en cualquier parte y en cada rincón de mi cuerpo. Manos enormes, de oso, de animal herido, de animal sin alma como te dije una vez. Era broma, tú si tienes alma, se quedó conmigo.

La bruma del sueño vuelve. En serio, ¿Por qué siento siempre que el aire afuera de las cobijas es helado si la temperatura dice lo contrario? Extraño tus respuestas básicas para todo, tus explicaciones científicas y hasta la forma en que acomodabas las almohadas para dormir.

No extraño tus ronquidos, no exageres, yo te amo, muchísimo si quieres oírme decirlo, más de lo que he amado a nadie en este mundo, pero no extraño esos desvelos unilaterales. Me gustaba más cuando nos desvelábamos juntos, nos perdíamos entre las sábanas y extraviábamos la ropa entre arrumacos, esos días en los que devolvíamos la película más de diez veces porque entre besos y caricias nos desviábamos del tema.

Y es que nos desviamos tanto, mi amor. Nos perdimos en el camino. Nos perdimos el uno al otro.

Deberías volver. La alarma contra incendios ya no pita sin piedad y aprendí por fin a usar el aparato para lavar la loza. También aprendí a dejar la pasta al dente e incluso entendí que la ropa no necesita dos copas y tres pods de detergente, que queda igual si uso la medida que indica el envase y que hasta los días más soleados son grises sin el verde intenso de tus ojos bonitos. Lo entendí todo, pero no que te hayas ido.

Es verdad, no te lo voy a negar, aunque mil veces te dije lo contrario, sí quería que fueras mío. Es fácil acostumbrarse a ti, con todo y tus silencios incómodos, con los doscientos cigarrillos que fumas al día y ese olor eterno a nicotina que se impregnaba en mi cabello y en mi ropa, era una marca tuya, tan tuya y tan inconfesable como las incontables veces que he escrito tu número en mi teléfono para enviarte mensajes una vez más. ¿De qué sirve haberlo borrado si lo sé de memoria?

Sé que has preguntado por mí. Nadie me lo ha dicho, pero prefiero creer que es así, que no ha sido fácil olvidarme, que dejé en tu casa mis aretes a propósito y que cada vez que los ves piensas en mí, en la posibilidad de devolvérmelos, en la posibilidad de verme, en la posibilidad de ser posible… de volver, de abrazarme otra vez, de quedarte aquí donde perteneces, este lugar que jamás debiste dejar. Lo sé porque mis sueños son muy reales, tan reales como lo es el miedo a despertar y darme cuenta de que lo único me queda es tu almohada favorita y ese frío que estoy por creer que es parte de mi imaginación.

He perdido la cuenta de las veces que he tratado de alcanzarte en mis sueños…

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Twitter: @eangelt

Blog EL TIEMPO: Desvariando para variar


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