Testimonio

Antes de empezar y jugar a que ponemos las cartas sobre la mesa, debo decirte la única verdad que no cambiará al cerrar este texto y que finalmente fue la que nos trajo hasta aquí: te amo. No es una confesión lastimera ni es una manera subliminal de convencerte de algo que desde el principio no quieres creer. Sencillamente es como llegar a un cuarto de juicio, dejar el arma cargada, sin seguro sobre la mesa y a la vista y acceso del victimario. Es algo que ya sabes, ¿por qué te sorprendes? Abres los ojos como platos y te sabe a improperio. Amarte, debo decir, es de las cosas más bonitas que me han pasado en la vida y creo que lo he hecho bien, amarte con el alma y amarte físicamente porque cada caricia y cada beso que te di se midieron milimétricamente procurando que las yemas de mis dedos le contaran a cada uno de tus poros lo orgullosas que estaban de poder tocarte y haberte elegido entre millones de humanos para depositar anhelos y derretir sonrisas al calor de tus distraídos ojos verdetriste. Ahora, que dimos las vueltas necesarias y que por voluntad propia nos regodeamos en nuestra culpa y nos adherimos a un pasado que no se puede cambiar para decir que no somos capaces de estar juntos y jugarnos esta aventura llamada vida en pro de lograr lo que abrazados prometimos, ahora que todo se nos vuelve quejido, lástima y mutua compasión me pregunto, ¿qué nos trajo hasta acá?, ¿en qué momento perdimos el piso y nos inundó la tristeza?, ¿o es que soy solo yo quien se rasga las vestiduras porque tú dejaste de luchar y yo me aferro a nadar contra la corriente, negándome a creer que lo que fue realmente no fue nada porque no somos nada, no estamos en nada y no quedamos en nada?

Y mira que ha sido curioso el proceso. He estado sola, he estado acompañada, me he quejado, he concluido cosas, me he quedado en la nada, he sido monotemática, he buscado cosas para distraerme, he tenido noches largas de insomnio y he dormido para no pensar, me he asustado con el reflejo en el espejo y por último, me desperté un día preocupada por ti porque solo así podría explicarse tu desesperante silencio: algo malo debía estar pasándote, algo que te sirviera de argumento para abandonarme a mi suerte y no sentir que me estabas dando una palmadita para botarme al abismo. Y fue la última vez que supe de ti. No sé si agradecerte u odiarte por ello. Me respondiste para tranquilizarme y para disminuir la carga que llevas en el pecho, o tal vez porque sabías que en algún momento, presa del pánico, enloquecería y comenzaría a llamar a tu familia y a todas esas personas que no quieres que sepan que entre los dos se tejen rarezas y se pintan arcoíris, que hemos bajado hasta el infierno y que hemos subido al cielo juntos con el chasquido de los dedos y con mis ganas infinitas de convertirte en poesía y acariciarte letra por letra porque eres inspiración y delirio, porque en tu voz me cobijé y me gustó y ahora estoy aquí, en esta encrucijada triste y colmada de vacíos, tan llena de recuerdos como de drama y ausencias que aún no sé cómo manejar, que aun no entiendo, que me cuesta ver en perspectiva porque me cuesta respirar y me cuesta más que nada vivir sin ti y decirle al mundo que no me importa, que no pasa nada, que no te quiero y que estoy lista para volver a creer en todas esas cosas cursis que me planteé contigo: el jardín, el perro, los bebés, la casa que huele a hogar. ¿Dónde entierro la impaciencia y cómo me cubro la fe? Si estás en todas partes y yo jamás volví de ti, de tu encuentro y tu despedida; jamás regresé a mí y lo que hay es un fantasma que camina por inercia y que te extraña hasta morir. 

No es una carta de despedida porque la renuncia se me hizo esquiva y en realidad no me quiero ir. Déjame las mariposas y el aire, echarte de menos como deporte extremo y llorar para la dieta. Es lo que puedo hacer por ahora, lo que me dejaste: escribir y dibujarte en mi mente porque es lo que la resignación y el cuerpo me permiten. Si me vieras ahora no creerías que soy yo, la misma que te bañó con su risa escandalosa y te juró que no sería la última vez, que me volverías a ver, que jamás me olvidarías porque soy inolvidable, soy insuperable, soy adorable, pero más que cualquier cosa, soy la única que te ha amado como si no hubiera un mañana, como quien atesora algo invaluable y lo guarda en un lugar sagrado, ahí donde se pone lo que importa, entre pecho y espalda, ahí donde yo siempre he creído que tengo el alma. Antes de terminar, quiero decirte una verdad irrefutable, la que me trajo y me traerá siempre hasta aquí: te amo. No es nada nuevo, acostúmbrate a vivir con eso. Y por supuesto… con mi recuerdo.

Comentarios

Su texto es espléndido.
Las palabras salvan. Y por las palabras encuentras a los otros, te encuentras a ti, entiendes que compartimos el dolor de estar tan vivos. De vez en cuando hace falta un poco de nostalgia para sentir el aire de otra forma: envenenado, cargado, denso y pesado. Cuando respiremos de nuevo, en calma y en otro lugar, la sensación no será la misma.
"Machucarse el dedo en una puerta duele. Golpearse la quijada en el suelo duele. Torcerse un tobillo duele. Una bofetada, un puñetazo, un puntapié, duelen. Duele pegarse en la cabeza con la esquina de la mesa. Duele morderse la lengua. Duelen los cólicos, la caries y las piedras en el riñón. Pero lo que más duele es la nostalgia".
La invito a visitar mi blog. Y también me gustaría invitarle un café.
http://eltornilloquehacefalta.blogspot.com.co/


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